Hace tan solo unos meses que tomé la decisión de inscribirme en el Experto en Coaching Personal y Ejecutivo, nivel excellent, que ofrece EFIC, y hoy puedo decir, por los cambios reales que están teniendo lugar en mi vida, que el calificativo de “excelent” no hace honor a la calidad de quienes forman parte de su equipo. Aunque sinceramente, estoy convencida de que no se trata de lo que ellos hacen, sino de quienes SON, como escuela, como profesionales y como personas.

Podría poneros muchos ejemplos acerca de cómo mi vida personal y profesional está cambiando a raíz de esta decisión que tomé allá por el mes de septiembre, pero en esta ocasión, he decidido compartir dentro este espacio, el que más me importa de todos los ejemplos.

Uno de los objetivos que prima en mi vida personal, desde hace unos años, es conseguir que mi hijo se responsabilice de sus tareas diarias y obtenga buenos resultados académicos. Lo he intentado todo, absolutamente todo. Os aseguro que he utilizado infinidad de mecanismos y estrategias. Y aunque algunas veces parecía que todo comenzaba a cambiar, finalmente solo se trataba de resultados puntuales.

Sin embargo, aquel día fue diferente. Estábamos en uno de los módulos del Experto en Caoaching, concretamente el módulo cuatro, el modulo relativo a los comportamientos limitantes, y en una de las dinámicas en las que nos ponemos por parejas para entrenarnos entre nosotros y practicar lo aprendido, una de mis compañeras, que en ese momento hacia de Coach conmigo, me hizo en relación a mi objetivo, la siguiente pregunta: ¿COMO SERIA LA RELACIÓN CON TU HIJO SI FUERA UN NIÑO DE MATRÍCULA DE HONOR? Y de repente, algo en mi dio un vuelco, fue la clave, el clic que yo necesitaba para darme cuenta de dónde estaba poniendo el foco de atención en la relación con mi hijo. Sus resultados académicos estaban determinando y conformando mis decisiones y mi relación con él. Automáticamente me di cuenta de que yo no me estaba relacionando con mi hijo. Yo me estaba relacionando con sus resultados académicos. Entre su ser y mi ser, se habían interpuesto sus notas.

Después de unos instantes, asimilando, sintiendo y descubriendo lo que esta pregunta comenzaba a traer a mi vida, empecé a desmenuzarla, llevándola a cada rincón del día a día con mi hijo, como si de una brújula se tratara: ¿QUE SERIA DIFERENTE EN EL DIA DE HOY SI MI HIJO FUERA UN NIÑO DE MATRÍCULA DE HONOR? ¿CUAL SERIA MI DIÁLOGO INTERNO ACERCA DE ÉL? ¿CÓMO SERÍAN MIS CONVERSACIONES CON ÉL? ¿SOBRE QUÉ HABLARÍAMOS? ¿CUAL SERIA EL TONO DE MI VOZ? ¿Y MI MIRADA? ¿Y MIS GESTOS? ¿CÓMO ME SENTIRÍA? ¿CUAL SERIA LA EMOCIÓN QUE PREDOMINARÍA EN MI? Y la verdad es que todas estas preguntas me traían absoluta claridad acerca del bucle que yo estaba creando en la relación con mi hijo y con sus resultados.

Mi hijo ya es un niño excelente, lo es en todos los ámbitos de la vida que de verdad importan. Lo es con sus amigos, lo es en casa, lo es cuando se trata de asumir responsabilidades por algún suceso “non grato” ocurrido en el cole, lo es cuando se involucra en el juego de los más pequeños. Es un placer disfrutar de la conexión que él crea con ellos. Lo es cuando te mira a los ojos, te abraza y te expresa lo mucho que te quiere, lo es por la pasión con la que vive la vida y por el entusiasmo que transmite cuando está haciendo aquello que le apasiona. Sin embargo, yo estaba permitiendo que sus notas fueran mi foco de atención y el nexo de unión entre él y yo, todo era evaluado y decidido desde el tamiz de sus resultados. Así que, pensé: “A partir de ahora voy a SER la madre de un niño de matrícula de honor“. Y me dije: “Como mi hijo es un niño de matrícula de honor, mis conversaciones con él se van a corresponder con esa realidad”. Y ¿cuáles serían entonces mis conversaciones con un niño que ya tiene matrícula de honor? Pues muy sencillo, lo que una madre suele hacer cuando tiene un hijo que es excelente personal y académicamente, es preguntarle por aquello que le apasiona, por aquello que de verdad le importa, porque en realidad los resultados académicos han dejado de ser un problema. Así que, desde que me hicieron esa pregunta poderosa tomé la decisión de preguntar a mi hijo con asiduidad por su entrenamiento, por su equipo, por las estrategias nuevas que ellos han establecido para ganar la liga, por lo que ha hecho en el recreo o incluso por lo que más le apetece hacer en ese mismo instante. Y después, si viene al caso, como quien no quiere la cosa, como haría la madre de un niño de matrícula de honor, le preguntaría por las cuestiones académicas: “…Por cierto, ¿y tu examen? o ¿y tus deberes? Genial, ¿verdad?”. No hace falta revisar deberes, preguntar la lección o ejercer un control exhaustivo de las tareas diarias. Solo hay lugar para la confianza, la tranquilidad y la gratitud. Por eso, siempre antes de hablar con él, tendré presente mentalmente esa pregunta poderosa: ¿Qué es lo que una madre le diría a su hijo, en esta situación, si tuviera matrícula de honor? ¿Como serían sus gestos o el tono de su voz? Actuar desde ahí, me permite además mantener las consecuencias de lo que sucedería si el resultado que finalmente obtiene no se corresponde con el que obtendría “un niño de matrícula”, consecuencias que él conoce perfectamente y que entiende, pero mi foco de atención y mi actitud SERÁN las que tendría cualquier madre, que tiene un hijo que es excelente, como lo es el mío.

Y sabéis qué, desde que estamos siendo unos padres que tienen un hijo con matrícula de honor, como de hecho sucede con nuestro hijo, sus resultados académicos han mejorado notablemente, los profesores están constantemente felicitándonos, y lo mejor de todo, nuestro foco de atención está puesto en lo que de verdad es importante para él: sus amigos y el fútbol. Ahora en nuestra relación no hay intermediarios, ni señales de alarma, ni focos que distraigan nuestra atención de nuestro hijo y del placer de una relación auténtica. Con un niño de matrícula, las cuestiones académicas están claras y no requieren mayor atención, y mucho menos exclusividad. En realidad, no estamos haciendo nada, no nos estamos ocupando de sus deberes, ni revisando sus tareas, ni le preguntándole la lección. Sencillamente estamos actuando como lo harían unos padres de un niño de matrícula, con confianza y claridad. En realidad, nos estamos limitando a SER.

Sinceramente, no se trata de lo que hacemos, sino de quienes SOMOS, se trata de algo mas sutil, de lo que no se ve, de lo que no es tangible, pero llega directo al alma y crea realidades nuevas. Y nuestra manera de ser con el otro, aquello en lo que ponemos el foco, tiene el poder de transformarlo todo. Solo se trata de SER y actuar de acuerdo a quienes ya sabemos que SON ellos.

Gracias de corazón a EFIC y a mi compañera-coach Olga por esa pregunta transformadora.

Maria del Mar

Alumna – Experto en Coaching Personal y Ejecutivo, nivel excellent