¿Para qué ser coach? Pues sobre todo para disfrutar de una profesión maravillosa y pertenecer a una de las profesiones con más futuro que puede haber actualmente en el mercado laboral.

Y también, para poder contribuir ayudando y apoyando a personas, equipos y organizaciones, y sobre todo para disfrutar de un ejercicio que va más allá de lo que viene a ser un trabajo o desempeño profesional tradicional, pues el retorno que se obtiene, además por supuesto del económico, no tiene precio. Son innumerables los feedbacks positivos y en ocasiones “abrumadores” recibidos por muchísimas personas tras recibir un acompañamiento de coaching, siendo esto quizás, lo más valioso y rico para el coach.

En cuanto a los valores, dependerá del prisma desde donde sean analizados, si bien para el que escribe los que han de estar presentes en el coach, son como mínimo los tres siguientes:

La honestidad

El coach ha de ser totalmente honesto a su cliente o coachee, estar dispuesto en todo momento a dar lo mejor de sí mismo, ser fiel a la disciplina y por supuesto, ser capaz de devolver y cumplir con las expectativas que el aquél tenga respecto al proceso de coaching y respecto al propio coach. En este sentido se hace interesante incidir en la importancia de que, si fuera preciso y así lo estimara, el coach arriesgue, bien con alguna dinámica, bien con alguna pregunta, siempre y cuando sea por y para el bien del coachee o del proceso; en definitiva, el riesgo no ha de ser un factor que pueda limitar al coach en su desempeño, eso sí, un riesgo medido, prudente, proporcionado y generoso.

La confianza.

El coach ha de ser inspirador de confianza, merecedor de la misma, y para eso es importante mostrarse cercano al coachee, de forma que este pueda compartir abiertamente sus pensamientos, sus emociones, en definitiva, su interior (serán innumerables las situaciones en las que el coachee comparta información con el coach que no ha compartido con nadie en su vida, ni con las personas más cercanas).

La profesionalidad.

El coach no sólo ha de ser profesional, sino que tiene que mostrarlo, y estar también en continuo proceso de mejora, siendo fiel en todo momento a lo que supone y significa el coaching. Esto implica no buscar atajos que puedan llevar a un resultado temprano, sino buscar lo mejor para el coachee en todo momento, independientemente de los recursos empleados para dicho menester.

En cuanto a las habilidades que debe tener un coach, decir que son y han de ser muchas, y cada vez se van incorporando más. Ahora bien, sí es cierto que hay tres habilidades que están en la base de la relación, de la comunicación y del acompañamiento al coachee. Estas son la presencia, la escucha activa y el arte de la pregunta.

La presencia

Es el arte de estar estando, de estar conectado en el aquí y en el ahora con el coachee, con el proceso, con el momento y con el lugar, de forma que no al coach no se le “escape nada” de la sesión y pueda devolvérselo al coachee de la mejor manera posible.

La escucha

La escucha activa, implica escuchar íntegramente al coachee atendiendo tanto a la comunicación verbal como a la no verbal, tanto a lo que dice como a lo que no dice; es el arte de escuchar escuchando.

El arte de la pregunta

Por último, el arte de la pregunta hace referencia al arte de preguntar de forma que permita generar espacios de crecimiento en el coachee.

Para terminar una frase: “El coaching tiene sentido porque permite contribuir a la mejora de personas, de equipos y de organizaciones” y esto para muchas personas, para muchos profesionales, es muy importante.