¿Cual es el alma del coaching? ¿Qué es lo que hace que funcione? ¿Cómo podemos acceder con él a resultados espectaculares?

Coaching ontológico, coaching sistémico, coaching de línea estadounidense, coaching inglés, coaching transformacional, coaching espiritual,… Cada corriente, cada escuela e incluso cada coach da respuestas diferentes y a la vez similares a esas preguntas.

Algunos profesionales opinan que el secreto del éxito es que el coaching nos lleva a tomar acción. Es posible que llevemos años bloqueados, sin mover un dedo por nuestro objetivo deseado, considerándolo imposible o desconfiando de nuestra capacidad. El coach, tras asegurarse de que es lo que realmente quieres, te instará a que vayas dando pequeños pasos que irán construyendo una senda hacia lo que deseas conseguir.

Otros otorgan el papel decisivo a la toma de conciencia y centran primero su mayor esfuerzo en mostrarnos nuestra forma de percibir e interpretar la realidad, para después apuntar con el foco de luz consciente a nuestros puntos ciegos y problemáticos . Siempre con preguntas, nos ayudan a observar desde nuevas perspectivas para pensar diferente. En definitiva, el objetivo es facilitar al cliente el pensamiento de lo no pensado anteriormente para así desarrollar nuevas opciones más efectivas que posibiliten el logro de los objetivos buscados.

Una tercera línea de respuestas enfatiza como clave el generar responsabilidad y compromiso. Partiendo siempre de la confianza en el potencial interno de cada ser humano, el coaching entrena, desarrolla y optimiza los recursos del cliente o bien promueve que él mismo genere los que necesita de modo que en todo momento se sepa capaz de alcanzar sus objetivos y sea consciente de que todo resultado depende de sus intenciones, elecciones y acciones.

Hay otros coaches consultados para los cuales el verdadero alma del coaching se encuentra en la sinergia originada en la tan especial relación coach-cliente. En crear un espacio donde el respeto total, la escucha, la empatía y la entrega del coach en busca del bien de su cliente permiten un contexto de libre expresión que abre las puertas a la creatividad y al florecer del inmenso potencial y fuerza que todos llevamos dentro.

Por último, y sin pretender ser exhaustivo, algunos otros consideran como lo más crucial el lenguaje, como generador de realidad que es, o habilidades como el control inteligente de las emociones, o aprender a aprender.

Soy un convencido de la trascendencia de todos esos puntos enumerados, no obstante deseo añadir uno más, a mi juicio imprescindible, que es la pasión.

La sabiduría popular anuncia que para hacer cualquier cosa es necesario querer, saber y poder. Dicen que “querer es poder” y quizá sea discutible, pero lo que sí parece cierto es que de poco sirve saber y poder si no se quiere hacer algo. Las anteriores respuestas se enfocan en las dos primeras pero nada dicen del motor que nos hace “querer”. Para mí la pasión es la principal respuesta a las preguntas del comienzo del artículo.

El coaching busca la consecución de metas y objetivos decididos y elegidos por el cliente. Y me pregunto: ¿Qué estado de ánimo nos lleva a pasar horas y horas absortos en algo, día tras día en pos de nuestra meta? ¿Qué nos mueve y puede hacer que crucemos el país o el mundo entero para encontrarnos con alguien? ¿Qué consigue que no escatimemos esfuerzos, que nos sobrepongamos a las dificultades y que nos levantemos una vez tras otra cada vez que cometemos un error o fracasamos? No importa cual sea el objeto de la pasión, las opciones son infinitas: bien puede ser pasión por el automovilismo, por nuestro trabajo, por el arte, por una mujer u hombre, por superarnos a nosotros mismos o a otros, o un sinfín más de posibilidades. El apasionado toma acción, se entrega, hace lo que sea necesario, se siente capaz de todo, busca y encuentra los recursos para salvar los obstáculos, persigue hasta la extenuación su meta… La pasión también nos acaba haciendo expertos; pueden fijarse en un niño con su videojuego favorito.

Por todo ello, la pasión casi se constituye en una garantía del resultado. No solo eso; lo más importante es que da sentido a nuestra vida. Y tener algo que nos apasione es un antídoto automedicado (sin receta pero en este caso eficaz) contra la depresión y la infelicidad. La felicidad es un sentimiento de satisfacción, complaciente de sí mismo, que no nos suele llevar a la acción ni a un objetivo. Frente a la pasividad de la felicidad, la pasión nos mueve a actuar y hacia la meta. Por eso es aliada natural del coaching. ¿Quién consigue resultados extraordinarios, el feliz o el apasionado? ¿Habrían conseguido Einstein, Mozart, Edison sus éxitos si no les apasionara lo que hacían? ¿Fué la madre Teresa de Calcuta feliz? ¿Fué apasionada? Seguro que sí, y ello la ayudó a conseguir su gran obra.

En mi experiencia, es el ingrediente secreto y diferenciador que distingue las personas que apenas han mejorado o incluso se han estancado de las que han logrado resultados sorprendentes o por encima de sus expectativas. Pasión por algo, por alguien, o por la propia vida, aquí y ahora.

Por todo ello, con mis clientes yo hago un ”coaching de la pasión”. Antes que nada, es fundamental que yo mismo me reconecte con lo que más me apasiona: ser coach. Después, mi ocupación fundamental en la primera o primeras sesiones es encontrar la suya, redescubrirla, reconectar al cliente con lo que le apasiona y partiendo de ahí, alinear sus metas con ella para que progresen juntas. La pasión pone la energía y la fuerza para avanzar, mientras que el coaching afina la efectividad de ese impulso y nos ayuda a encontrar las metas idóneas, de modo que con ellas como directrices y la pasión como motor, nuestra voluntad se hace fuerte y nuestras emociones inteligentes.
Con ella de por medio, todo es posible.

Angel Luis Sánchez Martín
Prof. de la Certificación Excellent en Coaching