¿Una mala guardia? el Coaching es la solución

 

Una sirena de ambulancia, otra, otra. Me desperté sobresaltado, con el corazón como si se fuera a salir del  cuerpo que aún llevaba puesto el pijama y la bata que uso habitualmente cuando tengo guardias en el hospital. Aún con los ojos cerrados,  arropado y escondido debajo de la manta, en la cama de la sala de espera, pensaba en la terrible noche que habíamos tenido en urgencias en aquella ocasión, y que sabía que iba a ser una auténtica pesadilla. Quería seguir ahí, escondido de todo lo que era mi vida en ese momento, y sobre todo de mi vida como médico.  Ochenta pacientes vistos en la sala de urgencias y diez salidas al exterior, y seguía en mis oídos la sirena de ambulancia como si fuera real. ¿Sonaba de verdad? Me cuestionaba a mí mismo sobre qué hacía allí, porqué había elegido medicina como destino profesional, y en aquel momento me sentí hundido, abatido, había claudicado. Me identifiqué más que nunca con una foto que nos había enseñado un coach en una sesión clínica, en la que se veía a un médico agotado y superado por el estrés, y en relación a un estudio sobre el síndrome Burnout en el colectivo de profesionales de la salud. Pues estaba claro que yo era uno de ellos, pero también tenía claro que me gustaba mi profesión, que me gustaba cuidar de mis pacientes, de las personas, de la salud. Me gustaba ser cuidador. Entonces, ¿qué me estaba ocurriendo?

El martes, María, que también me acompañaba de guardia esa noche como médico, me recordaba a media mañana las palabras que aquel coach en la sesión clínica nos había dicho sobre lo que ellos conocen en coaching como “profecía autocumplida”, es decir, sobre la calidad de pensamiento que tenemos a diario, y de que si pensamos que nos va a ir mal, nuestra energía y neurología se centrarán en ver lo negativo de una realidad que es solo eso: la realidad, y que nosotros etiquetaremos como buena o mala. Por lo tanto tenemos  la oportunidad y responsabilidad de decidir cómo queremos que sea nuestra vida y los hechos que nos van ocurriendo en ella.

María me lo recordó por mi terca insistencia una semana antes, de que esa noche, esa misma noche la  guardia iba a ser terrible. Y así fue…para mí.

A las ocho en punto sonó el despertador. Aquello había acabado y lo único que me motivaba en ese momento era quitarme la bata blanca y salir corriendo a mi casa a esconderme debajo de las sábanas de mi cama de toda la realidad que era mi vida en aquel momento. Me dolía todo el cuerpo, tenía contracturas en el cuello, en la espalda, mi respiración se aceleraba por momentos y la bata me pesaba más que nunca. Pero la pesadilla había acabado, y solo quedaba esperar a que, una vez pasada la jornada de descanso, tuviera que volver a ponerme de nuevo mi bata y enfrentarme a aquello que la vida me quisiera enviar en aquel hospital que a la misma vez amaba y odiaba todos los días. Lo único que tenía claro es que no podía seguir así. Una pregunta de las que nos hizo el coach en la sesión clínica me vino a la cabeza: ¿Qué me bloquea para disfrutar plenamente de mi trabajo y de mi vida? Y la que me hizo removerme de la silla en la que estaba sentado: ¿Qué voy a hacer con eso que me bloquea?

De pronto, en el pasillo, apareció María con una extraña cara de sueño y felicidad a la vez que la hacía más guapa de lo que era. Aún llevaba el atuendo habitual que ella se pone en las guardias, y me fijé que el cuello de la bata iba levantado al estilo de los cuellos que los náuticos se ponen para navegar: moderna, con estilo, elegante, radiante. Y en ese momento algo cambió en mí. Algo, como un chorro de agua helada en mi cara hizo que mis pupilas se dilataran, que mi cuerpo se dispusiera erguido pero sereno. A medida que María se acercaba a mí  por el pasillo, aún sin vocalizar ni una sola palabra, sus ojos me lo decían todo. Su mirada trasmitía pasión, aprendizajes y también ternura y comprensión al verme sufrir. No podía explicarme que aquella mujer hubiera sido mi compañera de guardia aquella noche. Que hubiera vivido lo mismo que yo había vivido: la locura de pacientes en puerta de urgencias, las salidas constantes con la ambulancia. ¡Y sus ojos eran más azules y llenos de vida que nunca!

Por tanto, ¿dónde estaba la diferencia? ¿qué veían sus ojos que yo no había visto?

Al fin nos encontramos. Me miró y me besó con más cariño que nunca despertando en mí una empatía que nunca había sentido.

-“María, dime que lo que hemos tenido esta noche ha sido una noche de trabajo terrible. Que lo que yo imaginaba que iba a ocurrir ha ocurrido…”

Me contestó:

-“Pepe, ¿recuerdas aquello que el coach nos contó sobre la calidad de nuestros pensamientos, sobre lo que él llamó la profecía autocumplida? Pues sí Pepe, así ha sido terrible, ha sido una noche de guardia para olvidar, pero lo ha sido para ti. Cuando tú insistías e insistías en pensar que esto iba a pasar, yo decidí centrarme en mi trabajo y en mis pacientes, centrarme en el momento presente, de no juzgar lo que podía llegar, y que cuando llegara, decidiría mirar lo positivo de cada situación y aprender de aquello que me incomodara. Ha sido una noche dura, lo reconozco, pero hacía tiempo que no aprendía tanto con mi bata puesta. Me voy a casa agotada pero feliz, deseando volver a este sitio que hace grandes a quienes nos dedicamos a cuidar de la salud”.

Tuve la lección más importante de mi vida y en ese preciso instante decidí iniciar un cambio en mi vida. Asumí la responsabilidad de que quería cambiar algo, de que quería conseguir un objetivo.

Dijo el coach que a eso le llaman coaching.

 

Víctor Manuel Pimienta (Executive&Life Coach)

Antiguo alumno Curso Experto en Coaching nivel Excellent de Efic