Me seduce pensar que el rapport es el baile en la comunicación entre dos personas. De igual manera que el bipedismo ha sido una ventaja adaptativa frente al resto de primates, la comunicación desarrollada por los humanos nos define como una especie de complejas interacciones sociales con la posibilidad de intercambiar información de muy alta calidad. Según Bateson, solo el 7% de la comunicación es verbal y el restante 93% no verbal. El lenguaje articulado nos diferencia del resto de animales y supone un gran avance en nuestro desarrollo cognitivo: ya no es necesario copiar la conducta, se transmite oralmente. El lenguaje no verbal, en cambio, nos acerca al resto de animales y en especial a los mamíferos, desvelando esa etapa evolutiva en la que nuestro neocórtex no existía y el cerebro funcionaba como una entidad automática que sólo atendía al instinto de supervivencia, al sexual y al de competición.

Con los mamíferos compartimos la empatía, que es la habilidad para entender y compartir los sentimientos del otro. Los reptiles carecen de esta habilidad, quizá por eso la gente prefiere como animales de compañía perros, gatos o elefantes antes que tortugas o lagartijas. La empatía posibilita conductas de reconocimiento emocional a través del físico, como sentirnos tristes cuando alguien está triste o adoptar posiciones corporales por imitación, por ejemplo, de euforia. También abre un canal cognitivo para poder “ver” cómo se está sintiendo otra persona desde su propio mapa mental. Y este aspecto, como se deduce, es sumamente importante en coaching. Tanto el canal físico como el cognitivo, subyacen a un ancestral mecanismo de sincronización que explica, por ejemplo, el contagio emocional del bostezo.

En lo que nos atañe, el coaching, la relación de empatía entre coach y coachee se denomina genéricamente rapport. Un buen coach sabe sintonizar con aquellas señales empáticas de su coachee para descifrarlas y gestionarlas con coherencia. No se trata de imitar, sino de crear una atmósfera simétrica que permita fluir la comunicación y demostrar así un grado de aceptación y pertenencia con esa persona. Este proceso activa el sistema de neuronas reflejo y facilita un vínculo a través de la mirada, la postura corporal, la voz (tono, cadencia, volumen), la posición o la distancia (comunicación proxémica), y permite aflorar conductas prosociales como el altruismo, el consuelo o el sentimiento de justicia.

Para hacer un buen rapport el coach debe conectar consigo mismo para, libre de juicios, ser permeable al influjo de la sesión, dejar transitar el pensamiento y sus emociones en continua armonía emocional y tender la mano a la invitación subliminal que le ofrece su coachee. Del resto se ocupa un instinto evolutivo que le guiará por la danza seductora del rapport… ¿Bailas?

José María Molina
Ex-alumno – Experto en Coaching Personal y Ejecutivo, nivel excellent