Una vida cortocircuitada

Así vivimos a veces las personas, con una vida cortocircuitada en lo emocional.

Pero ¿qué es una vida cortocircuitada?

Es aquella que se construye con pensamientos como:

“No puedo mostrarme como soy, porque de lo contrario saldré perjudicado”

“En mis circunstancias, no me puedo permitir estar triste”

“Si muestras tus emociones te van a hacer daño”

“Las emociones negativas son malas”

“Mostrarme vulnerable es peligroso”

Estos pensamientos o creencias en torno a los estados interiores son los que condicionan cómo una persona trata / maneja sus emociones y estados. O, dicho de otra forma,  la capacidad de auto-gestión de los estados emocionales de un ser humano está condicionada por sus creencias entorno a los mismos. Si pienso que “en el trabajo no puedo mostrar mis emociones”, evidentemente las voy a reprimir o cortocircuitar porque tendré miedo a las consecuencias de expresarme con dichas emociones.

Un coach es al mismo tiempo una persona que tiene sus emociones – estados de ánimo y sus condicionamientos sobre los mismos. Y a la vez es una persona que trata con personas que manifiestan emociones o estados de ánimo y resistencias a los mismos. Partiendo de esta certeza, ¿cuál debe ser el papel del coach ante un cliente y sus emociones?

 El cliente tiene derecho a sus colinas y su valles.

Esta imagen representa de forma sencilla cómo los clientes van a experimentar durante la sesión cambios emocionales, tanto hacia “lo positivo” como hacia “lo negativo”. Tener una vida con colinas y con valles es lo natural en el ser humano. Cuando la persona se permite vivir sus colinas y sus valles decimos que tiene una vida completa, una vida que da la bienvenida a lo que sucede (en su interior) sin rechazarlo.

Cuando cortocircuitamos nuestras emociones, los valles y las colinas no se desarrollan en toda su extensión, porque mostramos resistencia a reconocer y experimentar lo que se manifiesta en nosotros en ese momento. De forma consciente o inconsciente estamos rechazando vivir la emoción que se manifiesta en nuestro interior.

Hay un cortocircuito, como muestra la imagen:

Al actuar con presencia el coach legitima lo que el cliente vive.

El coach puede estar tentado de ayudar al cliente a salir de esa emoción de tristeza, duda, miedo u otro, creyendo que así lo apoya. Pero el papel del coach no es sacar al cliente de un estado emocional “negativo”, sino estar presente para que el cliente pueda experimentar en toda su amplitud esa emoción. El coach debe ser capaz de intervenir con su presencia dando la bienvenida a eso que presenta el cliente, sea lo que sea. Su papel es apoyar al cliente a sostener el momento presente para que éste pueda vivirlo.

El problema real no es la emoción o estado del cliente, sino el auto-rechazo o la resistencia a lo que siente. Es como negarse a sí mismo en ese momento. Esta negación enmascara la emoción original y crea otra relacionada con el rechazo a la primera. Y cuyo punto de cortocircuito se produce cuando en nuestro interior afirmamos cosas tales como “las emociones negativas son malas” / “mostrarme vulnerable es peligroso”.

Con frecuencia el ser humano no sólo se resiste a sus emociones “negativas”, sino también a las “positivas”. RW Emerson decía que el ser humano tiene miedo a su grandeza. Y ocurre con no pocas personas que cuando están conectando con su grandeza, tenga ésta el apellido que tenga (nobleza, sensibilidad, amor, fuerza, …), que provoca en ellas una emoción “positiva”, cortocircuitan esa vivencia interior. Por ejemplo, cuando un ser humano vive la grandeza con un personaje de una película y esto le provoca una emoción expansiva (amor por ejemplo), en ocasiones también nos decimos “no quiero que me vean emocionarme. Porque si muestro esta emoción verán que soy ...”. Aquí está la creencia que provoca el cortocircuito de emoción.

En cualquiera de estos casos -el cliente viviendo una emoción “positiva”, el cliente viviendo una emoción “negativa”, el cliente resistiéndose-, el papel del coach es seguir viéndolo como un ser humano completo, creativo y lleno de recursos. Mantendrá la confianza en que lo que allí ocurre es lo que tiene que ocurrir y en ver legítimo al cliente suceda lo que suceda. De tal manera que la presencia y la intervención del coach están condicionadas por la aceptación (de lo que es) y la conciencia de legitimidad sobre lo que el cliente está viviendo. A partir de esta presencia habrá un silencio o surgirá una pregunta poderosa, una observación. De esta forma la sesión de coaching se convierte para el cliente en un espacio donde puede vivir sin censura y con confianza las emociones que se ha estado negando vivir a veces durante muchos años. Y además le apoyaremos a tomar conciencia de las resistencias que aparecen y de los pensamientos que las provocan.

Amor en una palabra.

La presencia del coach debe resumirse en una palabra: amor. Amor como lo define Humberto Maturana, cuando afirma que el amor se produce en un reconocer al otro como un legítimo otro, muestre éste lo que muestre. Desde ahí deberá actuar el coach para obtener impacto: apoyando al cliente a que legitime para vivir sus estados emocionales.

La consciencia del coach, la ausencia de “verdades” (los mapas del coach) con las que intervenir, determinará la calidad de su presencia. Pero si el coach no ha hecho su propio recorrido sobre las emociones y permite que su verdad intervenga, actuará posiblemente de forma condicionada cuando el cliente conecte con sus resistencias y tenderá a cooperar con él contribuyendo a que cortocircuite sus emociones. El coach debe poner el foco en apoyar al cliente para que sea capaz de vivir sus estados emocionales; sólo así el cliente puede tener una vida completa, con sus colinas y con sus valles. Posiblemente la consecuencia para el cliente es que se convertirá en alguien que se acepta más. Alguien más íntegro. Y, al mismo tiempo, es posible que esa existencia y esos estados emocionales del cliente cambien como consecuencia de una menor resistencia y sufrimiento. Lo que en último término conducirá a un mayor desarrollo de su verdadero potencial.

En el coaching no trabajamos para los objetivos del cliente; trabajamos para un cliente que tiene objetivos. Y además ese cliente tiene emociones. Y también resistencias a vivir esas emociones. Por eso hemos de estar preparados para trabajar con ello.

Una vida basada en el ser y la renuncia.

En los cursos a menudo pregunto lo siguiente: “En su vida, ¿quién quiere estar bien?”. Entonces muchos, a veces todos, levantan la mano. Y a continuación pregunto: “¿Cómo es la vida de una persona que está empeñada en estar bien?”. La imagen muestra cómo muchas personas quieren vivir en las colinas, es decir, quieren estar siempre bien. Y esta es una pretensión legítima pero que conduce al sufrimiento. Porque, como todos sabemos, a veces a nuestras vidas llegan los valles. Y pretender ocultarlos, además de provocar sufrimiento, es muy cansado. Y te lleva a una vida falsa, con miedo, sin libertad.

Aunque pueda parecer duro una vida basada en el ser es una vida en la que en cierto modo renunciamos a querer estar bien, a querer tener una vida con solo colinas.

 

Termino estas reflexiones con unas preguntas: si el Amor empieza por uno mismo:

¿qué tienes que reconocer como legítimo en ti?

¿a qué aspectos de tu existencia has de dar la bienvenida cuando se presentan?

¿qué haría de ti una persona más íntegra?

Las ideas que contiene este artículo son originales, y algunas surgen del trabajo con los alumnos de coaching en clase; son co-creaciones, porque pienso que, al igual que los alumnos, el facilitador ha de estar abierto a recibir y a co-crear con ellos. Por ello se lo dedico a todos los alumnos.

J.C Arrese Formador EFIC.